lunes, 6 de agosto de 2007

8- RAMAS DEL MISMO ÁRBOL

LOS HERMANOS SE PELEAN




En el desierto de amor hay algunas cosas que son espejismos y las muchas ganas que yo tenía de volver a ver a mis hermanos puede que fueran un espejismo.

Estaba llegando cuando a lo lejos distinguí los ojos de mi hermano Juan. Estaba en la orilla de un río de luz y una muchedumbre de personas esperaba a que Juan les bañara. Y le pregunté a una cigüeña que allí bebía agua qué era lo que estaba ocurriendo. Me contestó así:

- Aquí tus hermanos están perdidos. Su luz está dividida y la sangre del padre se desperdicia. Pero tu hermano Juan habla de la llegada de una nueva luz única y el agua representa la luz que ha de llegar para ir al mar.

- Gracias, cigüeña que vuelas hacia el útero de nuestros días.

Me acerqué para ver a Juan y nuestras almas se reconocieron. Yo sólo pude suplicarle:

- Baña este cuerpo en la luz que todo lo limpia.

Y él me dijo:

- No puedo. Tú eres mi padre.

A lo que yo le contesté:

- Cumple con tu destino.

- Jesús, me he perdido en los tiempos. Desde que me fuí de casa no encuentro la salida.

- Te recuerdo una cosa, Juan. Siempre has estado en casa. ¿Te acuerdas cuando teníamos que llegar al trono del padre cuales eran las palabras que había que pronunciar?

- No me acuerdo.

- Estas son las palabras: Amor de padre.

Y Juan, con mucha alegría exclamó:

- ¡Claro, ahora recuerdo!

- Pues deja tu cuerpo y vuela hacia tu padre.

Antes de emprender el vuelo me dijo que mis otros hermanos estaban peleándose, que de un mismo árbol salieron muchas ramas y que ellos no lo sabían porque el árbol entero sólo se puede ver en la distancia.

- Dime Juan, ¿dónde están?

- Están en la sombra de la ciudad. Viven en grupo y no se reconocen, se matan unos a otros y la vida allí no tiene valor.

Me fui a buscar a mis hermanos a la Ciudad de la Hipnosis, construida en medio del desierto. Estaba llena de luces de todos los colores y era inmensa. Había algo llamado casino donde todos mis hermanos apostaban sus cuerpos y donde vendían su libertad.

En la puerta de eso llamado casino encontré a un burro con un maletín negro y le pregunté:

- ¿Qué es todo esto?

Y él me contestó:

- Todo esto es propiedad de un tal Enrique.

Y yo le volví a preguntar:

- ¿Dónde puedo encontrarle?

- En el Casino del Lodo.

Emprendí el camino y llegué a su puerta. Toqué tres veces y a la tercera salió un hombre muy gordo lleno de oro negro. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando le miré a los ojos! ¡Si era mi hermano Enrique! Pero él no me reconoció.

Le pregunté si no se acordaba de mí y él dijo que no. Yo insistí:

- Soy tu hermano.

Enrique, enfadado, me contradijo:

- ¡Tú no eres mi hermano!

La tristeza y la pena le oscurecían por su ansia de dinero. Sólo quedaba de mi hermano el nombre. Tanta riqueza era una venda para los ojos de su alma. Yo le pregunté que si no era desgraciado y un no se escuchó hasta en los pilares de la belleza.

- Vente conmigo Enrique, que tu padre te echa de menos.

- ¡Yo no me voy, aquí tengo todo lo que necesito! ¿Qué es lo que tienes tú? -me preguntó Enrique.

- Pues yo soy amor. ¿Y tú qué es lo que tienes?

Se reía de mí, pues el amor para él era sólo una palabra.

- ¡Eso en este mundo no vale para nada! Yo tengo treinta coches, un barco, un avión, cinco hoteles, negocios, millones y todas las mujeres que quiera.

Ahí dejé a mi hermano con todo el peso de lo muerto y una lluvia de lágrimas que salía de mi padre formó un río llamado el Nilo del Juicio. Yo seguí caminando sobre el sol y tropecé con un grupo de nómadas que se hacían llamar Hijos del Hambre.

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