lunes, 6 de agosto de 2007

13- LA MADRE NATURALEZA

BUSCAR AL PADRE





Galopando con el ciervo volví al campamento ¡y cual fue mi sorpresa cuando vi que mis hermanos se habían entregado a las aguas turbias! Todos desnudos se bañaban y sus cuerpos eran de hielo, ya no eran de calor.

Caminé por las aguas universales y me situé en el centro:

- ¡A vosotros que dais la espalda a mi padre con los placeres de la mentira os pregunto! ¿Queréis dejar vuestro cuerpo para viajar en el camino de la luz?

Sólo unos cuantos salieron del agua.

- ¡Pues a aquellos hermanos que se quedan os digo que vuestro cuerpo nunca estará satisfecho y siempre querrá más!

Diciendo estas palabras llegó una riada, que sus cuerpos habían llamado, y se los llevó a un pozo donde vivía un cocodrilo. Entonces, así hablé a los que me escucharon y me siguieron:

- Bienvenidos al mismo camino, al camino único. Cuando yo no esté vosotros sois los que tenéis que llevar la palabra del padre en vuestro corazón, porque él siempre estará donde haya dos en mi nombre.

Dejando morir lo psicológico continuamos el viaje por los senos de la madre naturaleza, hasta que paramos en una meseta rodeada de viejos pinos donde se parecía sentir con mayor fuerza la unidad de todo en la luz del padre. Allí mi amigo el ciervo me sugirió:

- Podemos ir al temascal, a la cabaña sagrada, que es la casa de la madre.

- De acuerdo. ¿Quién vive en esa casa?

- Una señora y su marido. Ellos son los cuatro elementos y la madre es el quinto.

Llegué a la entrada de aquella especie de iglú, dirigido al este, hecho de cañas y mantas, dejé toda mi ropa fuera y me introduje en él. Desnudo de oscuridad se amplió mi visión, mis ojos se limpiaron y podía tocar los colores. Sentí que el fuego vivo que permanecía encendido en mitad de la choza regeneraba atmósferas, pensamientos y sudores. Al poco rato una luz vino hacia mí. Era mi madre María. La luz de sus ojos se introdujo en los míos y me tomó en su regazo.

- Hola hermana, ¡qué bella eres! ¿Y José?

- Jesús, el que fue tu padre adoptivo ahora viene. Pero ¿por qué has venido tú desde tan lejos?

- María, vengo a por vosotros. El padre os echa de menos.

Y en ese momento entró José. Un abrazo fundió nuestras almas y la lámpara de mi padre brilló con más intensidad.

- Hermano, ¿qué haces aquí?

- Estaba diciendo a tu gemela, antes de que tú entraras, que vengo a por vosotros para que hagáis el viaje de vuelta.

- Pero Jesús, ¿cómo se llega a casa?

- Muy fácil, María y José. ¿Os acordáis que cuando queríamos llegar al trono de nuestro padre antes teníamos que pasar por un laberinto? ¿Y os acordáis de las palabras que había que pronunciar para llegar?

- Sí, ahora recuerdo Jesús.

- María coge de la mano a José y decid juntos las palabras mágicas, “amor de padre”. Hasta luego, hermanos.

Salimos del temascal y nos despedimos del ciervo y los caballos quedaron libres para volar sin ninguna carga.

- Sin caballos tenemos que caminar, pero mi madre nos ha regalado unas botas altas para cada uno de nosotros con las que podremos andar sin fin y estar protegidos.

En el camino frondoso nos encontramos con dos jóvenes cogidas de las manos por un lazo de amor. Desprendían una belleza de inocencia y de alegría tan magnífica como la de un maravilloso paisaje. A esto que un hermano me preguntó:

- ¿Ese amor es bueno?

- En el Reino de los Cielos nada es malo ni bueno.

- Son dos mujeres, ¿qué fruto puede salir de ahí?

- Hermano, esas almas llevan viajando juntas desde los principios como marido y mujer, padre e hija, como hermanos. Su amor es bendecido por el padre. Y a tu pregunta te responderé que su fruto es el amor.

Así fuimos entrando en un pantano donde el fango no nos dejaba caminar.

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