lunes, 6 de agosto de 2007

4- EL MUNDO IMAGINARIO

JESÚS HABLA DE LAS AFUERAS DE LA MONTAÑA




Como era de costumbre, a nuestro padre le gustaba contar leyendas debajo del Árbol de la Vida. Era increíble ver cómo influían sus palabras en todos los seres, incluidos mis hermanos y yo, y en todas las aves, que volaban alrededor de la cabeza de mi padre, y a todos los animales, que se reunían y se quedaban extasiados cuando hablaba. Y las flores se giraban hacia mi padre como si fuera al sol. Sus palabras se procesaban a través de los rayos de luz.

La diversidad de verdades que allí se plasmaba significó para mí descubrir un gran secreto que nunca he contado, como el por qué, el cuándo, el dónde y el principio de la existencia. En mi niñez esos momentos y esas palabras de amor brotaban como una semilla en un hijo para el que su padre lo era todo en su vida.

Caminando con mi padre por un paseo sembrado de pinos blancos, ya llegando a palacio, me miró y me dijo, con una voz dulce y amarga como nunca había escuchado de su corazón:

- Luego, cuando estemos bajo el Árbol de la Vida, describiré lo que hay fuera de la Montaña Sagrada.

A mí esas palabras me produjeron una sensación nunca sentida en mi ser; la inquietud era una noria que giraba velozmente queriendo saber. Entonces, mi padre pasó a un segundo plano y lo primero para mí fue saber qué era aquello que estaba fuera de la casa.

Yo soñaba que habría más felicidad. Mis ojos sólo miraban a un punto y yo creía que ese punto era más. Llegó mi padre y esta vez no se sentó debajo del árbol, se quedó de pie. Todos esperábamos con ansiedad lo que allí se diría. La voz se extendió por toda la Montaña a la velocidad de la luz. La noticia de que había otro mundo supuso una agitación completa. Era como si la luz se hubiera dividido. Y comenzó a hablar. Todo el universo se quedó en silencio. Y dijo:

- A mi pesar os contaré aquello que tantas ganas tenéis de escuchar, porque la libertad es mi sangre y hay que dejarla correr. Vosotros, hijos míos, no sabéis lo que es el sufrimiento, lo que es la materia y la oscuridad. Aquí estáis arropados por el calor de mi luz. Allí hay sombra que produce frío.

Tampoco, criaturas mías, sabéis lo que es frío. Aquí no tenéis que tener fuerza, ni inteligencia y tampoco sensibilidad. Aquí no hace falta. Sabéis que es algo natural en vosotros.

En el Mundo Perdido tenéis que tener muchos pilares y las pruebas son constantes. Las lágrimas no salen de los ríos, sino del alma. ¿Qué son las lágrimas sino un dolor de soledad? Y seguro que, amor de mis amores, os preguntaréis qué es dolor o la soledad. ¡Son tantas las preguntas que hay al otro lado de mi sombra!

Esta es mi respuesta. La soledad es un sentimiento de escasez, sólo es un pensamiento y el dolor es un empuje que unifica los números. ¿Qué son los números? Aquí no existen, todo es uno. En el mundo todo se complica, con los números el uno se divide y se multiplica. Y, así, mis hijos no se reconocen. El mundo es un parque de atracciones donde cada uno se divierte solo.

La muerte es una cosa que os va a costar asimilar y de seguro, luceros, no entenderéis. Pues escuchad lo que os digo, abrid los focos de vuestras almas: La muerte es la renovación de cada estación. Para que nazca algo, otra cosa tiene que morir. Es el paso de una enseñanza a otra. Para desplazarse se necesita un vehículo.

Todos estábamos callados. Hasta que una voz salió de entre mis hermanos. Era Lucas. Era la primera vez que en sus charlas alguien interrumpía a nuestro padre y una lágrima de mercurio se deslizó por su rostro. Una sensación de soledad cubrió toda la Montaña. Algo estaba a punto de ocurrir. Mi hermano Lucas hizo esa pregunta, que era un vehículo.

Mi padre, en silencio, se dio la vuelta, se fue y ya nunca volvió a contar nada debajo del Árbol de la Vida. Antes de que mi hermano lo interrumpiera, habló de una gran puerta abierta, que hay al final del jardín, que va al Mundo Perdido. Bueno, eso es otra historia.

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