lunes, 6 de agosto de 2007

2- LOS HIJOS DEL CIELO

JESÚS HABLA DE SUS HERMANOS Y DESCRIBE LA PERSONALIDAD



Sobrevolando sobre mis recuerdos todavía veo a mis once hermanos, a cada uno de ellos. Todos éramos una luz viva y siempre estábamos jugando. Aquí la eternidad es ser niño por siempre.

El primero en nacer fue mi hermano Adán; luego, con mucha fuerza, trajo la luz a mi hermana Eva.

Y con el tiempo salió Juan de la voz de mi padre.

Y más tarde, de una luz intensa, llegaron mis dos hermanos Valentín y Enrique.

Y un día que mi padre estaba pensativo llegaron mi hermana María y mi hermano José.

Otro día que el padre estaba ordenando su luz sopló el viento y la luz empujó a mi hermano Lucas y cuando todos estos hermanos jugaban en el jardín del monte sagrado, llegaron desde lo lejos dos hermanos más, eran Esteban y su hermana Ana.

Y estaban todos felices cuando entró el penúltimo de los hermanos, que fue Félix.

Y por último, un día cualquiera, porque el tiempo en la Montaña Sagrada no existe, pero para que lo comprendas, pues fue el comienzo del camino, llegué yo, Jesús, el Cristo Íntimo, que soy el elegido para enseñar el camino.

Empezaré por hablar de mi hermano Adán. La inocencia era su rostro, todo su ser era creatividad y su alma gemela es mi hermana Eva. Adán es y será para mí esa alma que en el silencio de los corazones queda como recuerdo del principio.

¿Y qué voy a decir de mi hermana Eva, la primera? Era la fuerza de un torbellino que absorbía todo lo que estaba a su alcance. Su dulzura era la hoja que da el Árbol de la Vida; su luz era una melodía en un jardín de olores.

Juan, mi hermano de agua, es el verbo que determina la trayectoria de la luz. Es el que recuerda a la savia sus direcciones. ¡Ahí está, mira la revelación de mi hermano y comprende qué amplia es su voz!

Mi hermano Valentín era intrépido, veloz, siempre volando para impulsar a todas las almas a seguir reconociéndose luz. Valentín nos llevaba de aventura en aventura, era el primero en coger nuestras manos con fuerza para que le siguiéramos. El paso es la voluntad de Valentín.

Enrique, mi quinto hermano, fue para mí un dulce enriquecido con mucha alegría. Él todo lo daba, buscaba por las luces de colores el color que más le gustaba a cada uno de los hermanos y nos llenaba de colores. Para Adán y Eva el gris claro; para Juan el azul: Valentín verde limpio; Enrique rojo centelleante; María y José preferían el blanco puro; Lucas amarillo; para Esteban y Ana el negro; Félix color rosa y, por último, a mí, el violeta. ¡Éramos tan felices como la perfección del arco iris! ¡Gracias Enrique!

María, con su luz blanca, es para mí un sueño hecho realidad. A veces siento como si fuera mi madre y mi padre a la vez; estaba pendiente de mí en cada momento. Si hay un sentimiento para definir a mi hermana María es el de ser la madre de todos. ¡Te quiero madre!

José, el mayor, para nosotros era un padre. Sus manos eran cálidas y seguras y sus piernas son la base que renueva la vida. Gracias, gracias por tu fuerza, por enseñarme a sentirme seguro y firme.

Lucas era el más amplio de mi casa. Su luz se ve en la altura porque es la ley que todo lo cubre. Tu empuje me sabe a gloria. Gracias, gracias por ayudarme a ser libre y a superar límites y fronteras.

Mi otro hermano Esteban, era la victoria. Su triunfo era el nuestro. En mi vida significó mucho, pues fue mi inspiración. Tu dolor es amor para mí.

Ana, la más pequeña de mis hermanas, tu agua me ha llevado por muchos ríos y al final conseguí comprender que tú eres agua que nos da de beber para templar el fuego que llevamos dentro. Gracias a ti, hermana abnegada de ojos brillantes.

Félix es maravilloso, siempre todo es felicidad a su alrededor. Todos en nuestro interior lo llevamos dentro. Te quiero.

Estos son mis hermanos. Con ellos y con mi padre viví el principio de mi existencia. ¡Y los mejores recuerdos que tengo son los de la unión de mi familia, hasta que volvamos a ser uno en el reencuentro!

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