lunes, 6 de agosto de 2007

12- EL BOSQUE MOVIBLE

La entrada al bosque era única. Los rascacielos verdes nos hacían sentir como hormigas. Las ramas nos indicaban el camino y un murmullo se escuchaba en todos sitios. Los árboles se movían a un lado para dejar paso. Un ciervo nos habló:

- Aquí todo tiene vida, incluso las piedras que pisan vuestros caballos se sacrifican para que vosotros caminéis. ¡Hasta el aire que se respira fuera de aquí es producido por el bosque! ¡El bosque lo regala!

Nos adentramos más en el corazón verde y tanta belleza conmovió mi alma. Unas cataratas creaban una nube donde los colores jugaban con el agua formando un arco iris, los caballos volaban para beber los colores y mis hermanos, huéspedes de la humedad verde, se entregaron a su regazo.

Le pregunté al ciervo si había seres como mis hermanos viviendo en el bosque. Y el ciervo me dijo que sí, que detrás de la Montaña del Destierro vivía una tribu que se hacía llamar La Tribu de Gore. Yo le pedí que me llevara allí, monté en su lomo y con fuerza me agarré a sus cuernos.

Veloces como la luz llegamos a la Ciudad de la Gran Manzana, donde viven las gentes de La Tribu de Gore. Nos paramos a sus puertas y en la entrada vi una escultura de piedra, una manzana con un gusano saliendo de muchos túneles.

En esta ciudad mis hermanos viven en bloques de cemento sujetados desde el cielo y los hermanos se dividen en colores de piel y algo llamado “distrito de razas” los coloca según su color. No se entienden porque aquí cada uno parece vivir en un país distinto que se viste de sus colores.

También hay algo llamado “sociedad de matrix” que yo no veo y que gobierna una gran dama y un presidente. Aquí la energía se gasta para que nadie piense que vive muerto; todos se alimentan de ego. Todos quieren ser el número uno. ¡No sé qué es esa fama de fantasía de la que aquí se habla tanto!

Estando en la quinta calle le pregunté a un mendigo si era feliz en esta ciudad de pasión y él me contestó que sí, que había ido a la guerra por sus colores y que ahora era el rey de los mendigos.

- Tengo todo, la pena de mis colores es suficiente.

- ¿Y amor, tienes?

- Eso no se come ni se puede cambiar por nada y el amor no te sube a lo más alto de la fama.

Cambié de tema, porque la libertad es una ley y si él quiere vivir como mendigo pues que así sea, le pregunté:

- ¿Dónde vive esa que se llama la primera dama?

- Terminando la quinta calle en una casa blanca, la número 6. La conocemos como la Casa de la Bolsa.

Bajando por los túneles donde los gusanos se desplazan de un distrito a otro llegué a la puerta de esa casa blanca y toqué el timbre. Una mujer muy hermosa abrió la puerta, la miré a los ojos y la piel se me puso de gallina. Era mi hermana mayor. Sí, era Eva. ¡La primera dama era mi hermana!

Le pregunté si me conocía y ella me respondió que le era familiar y me invitó a que pasara. Ya dentro, me hizo pasar al salón y me dijo que me sintiera como en mi casa.

- ¿Cómo te llamas?

- Yo Jesús. ¿Y tú Eva, verdad?

- Sí, es verdad, ¿cómo lo sabes?

- Porque yo soy de tu familia. Y tu padre te echa de menos.

- Espera Jesús, no entiendo lo que me estás diciendo. Voy a llamar a mi marido. ¡Cariño ven, quiero presentarte a alguien!

¡Cuál fue mi asombro cuando apareció un hombre desnudo, y cuando nuestros ojos se cruzaron supe que era mi hermano Adán!

- ¡Un abrazo hermano! ¡Cuánto tiempo en el olvido!

Pero él no se acordaba de mí.

- Soy Jesús, ¿es que no te acuerdas de mí y de tu padre?

Adán me dijo que no y me preguntó:

- ¿A qué has venido aquí?

- He venido a por vosotros. Yo soy el que en el nombre del padre echo las redes para llevar de nuevo la luz a su casa.

- Esta es mi ciudad de la sombra y aquí tengo todo. Esta es la manzana de Eva y mía.

- Hermana, ¿tú también piensas igual?

- Sí Jesús. Yo muerdo esta mi ciudad cuando quiero y ningún mundo me hace sombra.

- Hasta luego Adán y a ti hermana, porque la ley de la gravedad hará caer a vuestra manzana.

Y me cogí a los cuernos de mi amigo el ciervo amarillo y echamos a volar hacia la madre naturaleza.

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