lunes, 6 de agosto de 2007

11- LA PRIMAVERA

EL SEGUNDO CAMINO





Despertando a la primavera oímos los primeros sonidos del ave del paraíso y al abrir los ojos me sobrecogió la visión de luz que tenía enfrente de mí. Un crucigrama de colores se inyectaba en mis palabras.

Los patos reían con el agua del lago, los árboles saltaban de alegría, los monos se columpiaban en mi pelo y los peces nadaban en los rayos de luz. Todo era verde alegría.

Un viajero se acercó al campamento y trajo nuevas noticias. Más al norte, a cuatro kilómetros, había un bosque con todas las respuestas.
Así que levantamos el campamento y emprendimos la marcha.

En el camino nos cruzamos con un vendedor de caballos con alas, que se utilizaban para crear amistad y viajar en la distancia de las vidas. Me acerqué a él. Como estaba de espaldas le toqué el hombro y cuando él se volvió nuestros ojos se cruzaron. La luz se disparó hasta el infinito. Era mi hermano Félix, con el pelo blanco, y parecía que llevaba el tiempo en una mochila.

Hablamos durante horas de todo lo que había ocurrido. Yo le pregunté que si nos podría dar unos cuantos caballos, ya que teníamos que ir al bosque del norte y él me respondió que tendría que pagar un precio por ellos. Entonces yo le dije:

- ¿No te acuerdas? Soy tu hermano, todo lo tuyo es mío.

Y él me contestó:

- Eso fue en el pasado. Aquí tú no tienes mi sangre.

- Félix, yo soy luz de tu luz.

- ¡Quiero recordar Jesús, pero no me acuerdo!

- Félix, ¿tú eres feliz?

- Sí, Jesús, mi felicidad es interior.

- Esa felicidad interior es tu padre. Tú eres amor.

- Es verdad, Jesús, ¡ahora recuerdo a nuestro padre! ¡Cuánto tiempo he estado perdido! ¡Sólo he salido para volver a encontrar a mi padre! Gracias Jesús.

- Ahora Félix, repite conmigo las palabras mágicas, que son la llave que abre la puerta de casa. ¿Te acuerdas de las palabras, Félix?

- Claro ¡amor de padre!

- Hasta luego hermano Félix.

Mi maravilloso hermano nos dejó todos los caballos y montamos en cada uno de esos caballos tan bellos. Yo cogí el de color violeta y cabalgamos hacia el bosque.

Los árboles del bosque eran como rascacielos, tan altos que sus copas les hacían coquillas a los pies del cielo. Lo verde se perdía en la vista. Un ciervo amarillo vino a dar la bienvenida a la entrada del bosque y con voz suave nos dijo:

- ¡Bienvenidos a esta mi casa, que es la vuestra también! Este es el bosque que tiene ojos, boca y piernas. Su nombre es Bosque Movible.

Yo le contesté:

- Yo soy la voz de mi padre y te doy las gracias por tu bondad.

Bajamos de nuestros caballos alados y nos introdujimos en un cuerpo verde de ramas.

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